
Cruzamos miradas a través del claro en el dosel cálido y húmedo de la selva. Incluso a la distancia, podía sentir el poder en los ojos de esta majestuosa ave. He esperado muchos años por este momento; finalmente, se ha hecho realidad…
Nuestro equipo llegó en Peque-Peque (una pequeña pero sorprendentemente resistente embarcación de pesca) justo al mediodía, a un pequeño valle serpenteante cortado en las orillas de arcilla por un afluente del Alto Madre de Dios, en Perú. Desembarcamos en una playa de arena suave, y caminamos aproximadamente 50 metros río arriba antes de girar bruscamente a la izquierda para comenzar un lento y fangoso ascenso hacia la selva caliente y húmeda.
Hormigas guerreras invadían el sendero en oleadas, y Juan Carlos (nuestro guía y anciano de la comunidad de Diamante) y yo compartimos una carcajada mientras él no paraba de golpearse los pies y tobillos —solo llevaba sandalias. Diez minutos más tarde, llegamos, y Antonio (otro anciano de la comunidad) exclamó: “¡Mira!”, señalando por primera vez el enorme nido en forma de copa, suspendido entre la densa copa de la selva. Allí, acomodado con precisión entre los gruesos troncos grisáceos del árbol de castaña, descansaba. Un verdadero testimonio de la destreza de esta gran ave, que a simple vista parece torpe y pesada.
A primera vista, lo único que alcanzábamos a ver eran unas plumas blancas y brillantes asomando entre la maraña de ramas y palos aparentemente caóticos del nido. Pero al mirar con más atención, era evidente lo meticulosamente que habían sido entrelazados y colocados para sostener una fortaleza suspendida en el dosel. Con algo de paciencia y un poco de espera, el joven y desgarbado aguilucho harpía hizo su aparición completa, desplegando sus alas en todo su esplendor.

Con apenas unos pocos meses de vida, ya era de un tamaño impresionante. Sin duda requería toda la atención de sus padres para ser alimentado y cuidado. Las harpías suelen poner dos huevos por postura, pero una vez que uno eclosiona, descuidan o incluso rompen el otro para concentrar toda su energía en criar a una sola cría. Esto se debe a la enorme demanda energética que implica su crecimiento, mientras los adultos aún deben proveerse de alimento por su cuenta. El periodo de incubación dura aproximadamente 56 días.
Nos tomó por sorpresa cuando el macho adulto apareció de pronto, descendiendo en picada y aterrizando majestuoso en el nido, en una escena espectacular. Lamentablemente, esta vez no traía comida para la cría. Tras reconocer a su descendiente, dio un salto fuera del nido y se posó en el tronco del imponente árbol de castaña. Se sentó con porte orgulloso, observando su reino desde las alturas.
Un ave increíble, perseguida injustamente por su aspecto imponente y a la vez hipnotizante. En algunas partes de Sudamérica existen incluso leyendas que aseguran que las águilas harpía (Harpia harpyja) se llevan a los niños para devorarlos. No es de extrañar que esto haya llevado a que muchas personas locales maten a estas majestuosas criaturas. Pero además de estas creencias, existen muchas otras razones que explican su final prematuro.

Entre ellas está el hecho de que algunas personas les disparan por simple curiosidad, solo para verlas de cerca—una acción que, en la mayoría de los casos, termina en remordimiento. También son percibidas como una amenaza para el ganado, aunque es extremadamente raro que capturen animales domésticos. Es una persecución similar a la que sufren las aves rapaces en el Reino Unido.
Otras causas incluyen la caza para consumo de carne silvestre o la extracción de partes de su cuerpo, como sus enormes garras, que en algunas regiones se consideran símbolos de poder y, según se dice, incluso se utilizan en ceremonias de bautizo infantil. Sus plumas se recolectan para confeccionar ropa, joyas o fabricar flechas. Y no faltan quienes desean mantenerlas en cautiverio de forma ilegal.
Todo esto, sumado al desafío de sobrevivir en uno de los entornos más implacables del planeta, hace que la harpía enfrente una batalla cuesta arriba para seguir existiendo.
Tan esquivas como majestuosas, las águilas harpía son difíciles de ver debido a su costumbre de no planear a gran altura. Prefieren desplazarse de árbol en árbol, navegando entre las copas del bosque. Su estrategia de caza —permanecer posadas durante largos periodos en árboles altos, esperando el momento preciso para atacar— también puede convertirse en su condena, ya que les da tiempo suficiente a posibles amenazas humanas para detectarlas y actuar. Se han documentado casos en los que estas aves han permanecido más de 24 horas en un mismo árbol, lo que ofrece a quienes las encuentran la oportunidad de regresar después… con intenciones devastadoras.
Naturalmente, prefieren los árboles más grandes del bosque tropical, que pueden soportar sus nidos y ofrecerles una visión estratégica del entorno. Entre sus favoritos están el castaño (Brazil nut), el kapok y el shihuahuaco. Con este último, incluso parecen haber desarrollado una relación casi coevolutiva, al ser ideal para albergar sus nidos por su altura, estructura y firmeza. En cuanto al kapok, en ciertas regiones de Sudamérica se considera de mala suerte talarlo, lo que indirectamente podría estar ayudando a conservar el hábitat de estas aves extraordinarias.

Sus nidos son verdaderas estructuras monumentales: pueden medir entre 1.2 y 1.5 metros de diámetro, y alcanzar hasta 1 metro de profundidad. De hecho, eso fue lo primero que nos llamó la atención al llegar al sitio. Nuestro guía local, Antonio, nos explicó que la construcción del nido en el castaño había comenzado en marzo. La pareja de harpías recogía ramas del shihuahuaco vecino. ¿Por qué eligieron el castaño en lugar del shihuahuaco? No lo sabemos con certeza, pero tengo algunas hipótesis y observaciones…
Una de las razones podría ser que la base inicial del tronco era bastante ancha, lo que ofrecía una excelente “plataforma” para comenzar la construcción del nido. En segundo lugar, el nido parecía estar en una especie de “trampa de sol”, lo cual permitiría que se secara más rápido tras las lluvias torrenciales y tormentas (más sobre esto más adelante). Esto protege al polluelo de enfermedades y reduce la necesidad de mantenimiento, al evitar que la madera se enmohezca o se llene de hongos.

En tercer lugar, al estar tan cerca de otro árbol igualmente imponente, tienen acceso directo a material de anidación fuerte y duradero sin tener que gastar tanta energía en los procesos de construcción y mantenimiento. Las águilas harpía pueden pesar entre 4 y 9 kg, una estructura corporal que ya demanda una alta ingesta de energía sin contar con la necesidad adicional de alimentar a un polluelo en crecimiento.
Otra observación fue que existían rutas de vuelo despejadas en ambos lados del nido, lo cual facilita el acceso y, probablemente, fue otro factor determinante en su elección. Además, el sitio ofrecía un excelente punto de vigilancia. Seguramente hay más razones en juego de las que podemos imaginar, pero estas observaciones ya nos demuestran que estas águilas no tienen nada de “cerebro de pájaro”. Poseen una inteligencia notable a la hora de escoger la base para asegurar la supervivencia de su familia en la selva.

